Instrucciones para una timba de póker perfecta
Por Guillermo López, Revista GQ.
Desde que en 2003 un desconocido contable llamado Chris Moneymaker ganase el World Series, el póker vive instalado en un permanente hype que ni mil gin tonics con pepino pueden eclipsar. Si quieres montar una timba pero no quieres que tu madre crea que has vuelto a los tiempos oscuros del Magic, sigue nuestras recomendaciones para montar una partida que ni Poli Rincón querría perderse.
Humo. Procedente tanto de una caja de habanos como de un decomiso de Chester, el ambiente tiene que estar alto en partículas en suspensión y bajo en oxígeno; si tu cerebro es capaz de multiplicar 7×16 la habitación todavía no está en su punto. Por supuesto, cuando hablamos de habitación nos referimos a sótano, trastero, trastienda, alacena, almacén, desván, cueva, garaje, prisión tailandesa o sala de torpedos; si juegas en la mesa de la salita mientras tu cuñado el supernumerario ve ‘Águila Roja’, debes saber que hay alguien haciéndolo muy mal bajo ese techo, y no es el marido de tu hermana.
Maletín. Puedes estar tentado de jugar con una combinación de garbanzos, billetes de Monopoly y una baraja española de la Caja Rural de Ahorros, pero sé ambicioso y consigue el auténtico y pajeromaletín Las Vegas de francotirador de la diversión. No sólo mola mazo, sino que además no tendrás ni que comprarlo; tan sólo sugiéreselo a…
El amigo imbécil. La persona clave para el éxito de la timba, por encima del truhán o del tipo silencioso. Se encargará de llevar la banca, creará ambiente con una corbata de tréboles o similar, comenzará la partida riendo con suficiencia y presumiendo de haber desfalcado el casino de Torrelodones, y todo para acabar el penúltimo y muy cabreado con los demás, sin ni siquiera el consuelo de ser el peor. Un must.
Jerga propia. Hacer un Mortadelo, doblarse un portugués, palmar a primas o limpiar la piscina de tu madre, cualquier expresión críptica y ofensiva para alguno de los miembros de la mesa es bienvenida. Bonus de +50 a quien consiga meter términos gastronómicos, quirúrgicos y heráldicos en la misma frase.
Magia rúnica. O cualquier otra forma de manifestación supersticiosa y sobrenatural. En la mejor mano de mi vida, con la consciencia viajando por el plano mágico gracias la ingesta masiva de calimocho, visualicé a Fehu, primera letra del alfabeto rúnico y símbolo de riqueza, ardiendo en rojo en el fondo de mi mente. Saqué un póker de ases. Si se tienen prejuicios contra lo nórdico, sugiero el muy estético vudú como alternativa.
Alcohol. Puede ser el citado calimocho chamánico, cerveza de marca blanca o whisky escocés de 12 años. Cualquier cosa que no implique hielo picado y decorar los bordes del vaso vale, lo importante es que corra libre para así poder obtener el último y más importante elemento, el…
Mal rollo. El póker no es sino la manera lenta y aburrida de dejar sin pan a los hijos de tus amigos, así que si al final de la partida, tras cuatro horas de ambiente anóxico, chistes de monjas, alcohol pasteurizado y pullas traperas no hay al menos tres jugadores con los puñitos muy apretados, la partida ha fracasado. Añade cuantos elementos enervantes de tu propia cosecha creas necesarios, pero no dejes que la velada termine sin un portazo y un «todos los tontos tienen suerte». Volverán a por más.
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